Pensar que el narcotráfico en nuestro país se ha desarrollado únicamente en los últimos 25 años, sería cerrar los ojos ante los registros que son añejos y que marcan esta forma ilícita como parte de la vida de nuestro país.
Asimismo, hemos considerado que la mujer ha sido ajena a dicha industria y sólo la hemos conocido como compañera del delincuente; en los últimos años, la hemos normalizado más como la mujer buchona y su estética; o bien, con sus diferentes roles como madres, hijas, esposas o trofeos, pero siempre dependiendo de un hombre.
Sin embargo, las mujeres han tenido un papel importante en el desarrollo de este negocio, desde ser recolectora del cultivo, cocinera de drogas, tenderas, coordinadoras de logística, incluso sicarias. A esto hay que añadir el rol: ser jefas.
Tenemos personajes como Enedina Arellano Félix, quien fue por mucho tiempo la operadora del blanqueamiento de dinero mediante compra venta de inmuebles y a la caída de sus hermanos, ella tomó las riendas del Cártel de Tijuana. Y así como Enedina muy probablemente han existido muchas más que desconocemos.
Una de estas mujeres se llamaba Ignacia Jasso, cuyo hipocorístico era La Nacha, es decir el femenino de Ignacio. A esta narcotraficante se le atribuye la creación de estructuras familiares que se entretejen entre los distintos miembros del clan, y que pervive como fórmula de relaciones económicas y sociales en este tipo de organizaciones hasta nuestros días.
La Nacha nacida en Mapimí, Durango, en 1901, también es conocida como la Abuela del Narcotráfico, fue quien estableció una de las primeras rutas de circulación de heroína, morfina, marihuana, opio y cáñamo en Ciudad Juárez hacia Estados Unidos.
Ella se involucró en este comercio junto su marido Pablo González, El Pablote quien era agricultor y fue asesinado en un burdel hacia 1931. La pareja comenzó a tener un poder inusual y empezaron a tener una rivalidad con otro narcotraficante de origen chino, Sam Ching, que vivía en Chihuahua, los asesinatos entre ambas bandas era el pan de cada día, como hoy sucede, pero hace 100 años. A ella se le atribuyen once asesinatos de la banda de los orientales y logró sacarlos del tráfico.
Paulatinamente, La Nacha fue adquiriendo más poder debido a la demanda por parte de los soldados del ejército estadounidense que requerían ciertas drogas para los que estaban desplegados en Europa. Además, estableció picaderos de su propiedad para aquellos norteamericanos que utilizaban heroína.
Su negocio se fue expandiendo poco a poco, controlaba desde la producción, distribución, y logró insertarse en la inteligencia del gobierno mexicano sobornando a los agentes policiacos. Tácticas que hasta ahora utilizan las células criminales.
Adicionalmente, al tráfico de drogas comenzó a diversificar sus inversiones con el contrabando de alcohol durante el periodo de la prohibición de esta mercancía en el vecino del norte, también empezó a controlar la prostitución de las ciudades fronterizas.
La Nacha entró varias veces en prisión, corrompía constantemente a las instancias penales para salir de estos encierros que eran cortos. Sin embargo, mientras ella estaba encarcelada, sus hijos se encargaban del negocio.
El director de la Oficina Federal de Narcóticos norteamericana, Harry J. Anslinger, intentó en varias ocasiones que el gobierno mexicano la extraditará para ser juzgada en Estados Unidos.
La Nacha falleció ya muy grande en 1982 en Ciudad Juárez, después de haber cumplido sus condenas y habiendo dejado su negocio a sus hijos y nietos.
El legado de La Nacha, siguió adelante dentro de su estructura familiar, como ella lo había planeado y llegó hasta su nieto, Héctor Ruiz González el Árabe, quien fue uno de los máximos traficantes hasta su muerte en la década de 1970 en un accidente automovilístico.
Erika Adán Morales
Profesora de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.