Hay un leyenda negra, que señala que México no puede tener industria propia, porque en Los Tratados de Bucareli, México se comprometió con Estados Unidos a no industrializar nuestra nación, por lo que es necesario hablar de lo que realmente se firmó en eso convenio.
El gobierno posrevolucionario en México necesitaba fundamentar la política en principios contrarios a los del porfiriato que había abierto la economía a inversionistas extranjeros.
El nacionalismo mexicano no es ajeno a las ideologías predominantes en Europa desde el último tercio de la centuria decimonónica y que fue un componente ideológico importante en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Si bien, el nacionalismo europeo surgió como la contrapropuesta al liberalismo, como parte de la coyuntura unificadora territorial, y, un movimiento cohesionador anti-colonialista.[1]
Por ende, los políticos mexicanos vieron una oportunidad en esta corriente doctrinaria como una herramienta unificadora en la población después de la guerra civil. Así, el esfuerzo se centró en inundar de símbolos que aparentemente reflejaran lo que era ser mexicano. El ejemplo, más claro fue el muralismo desarrollado desde el Estado para crear en el imaginario de la población en general.
De igual manera, la educación pública se llenó de una exaltación hacia lo que se entendía como mexicano. Así se empezó a glorificar al indígena, y todo lo extranjero se rechazó, es decir nuestra propia herencia. En consecuencia, la instrucción en las escuelas, en particular en la asignatura de Historia, estaba orientada al adoctrinamiento, a manipular emocionalmente para aceptar ciegamente el nacionalismo rampante para que cuadrase con el discurso político.
Arturo González, en su blog intitulado Argonur, confirma lo anterior al escribir: “Cuando era pequeño, en la primaria, algún maestro, probablemente durante la clase de historia, nos comentó que se decía que existía un acuerdo secreto en el que México se comprometía con Estados Unidos de América a no desarrollar tecnología.”[2]
Lo anterior ha sido repetido incesantemente sin investigar y sin argumentos más que lo enseñado en algún momento en nuestro acercamiento a la Educación. Los Tratados de Bucareli no tienen nada que ver con la falta de desarrollo de México en el área de investigación e innovación, en realidad fue un acuerdo de entendimiento entre nuestro país y Estados Unidos con el fin de concluir añejos reclamos que databan de 1868 hasta 1920, que tenían los ciudadanos norteamericanos que radicaban aquí.
Álvaro Obregón impulsó dicho convenio ya que le urgía tener el reconocimiento diplomático del vecino septentrional. Así, Charles Beecher Warren y John Barton Payne, junto con sus homólogos mexicanos Ramón Ross y Fernando González Roa, se reunieron el 31 de mayo de 1923, para iniciar este diálogo.
Lo que pretendían los estadounidenses concretamente era que el artículo 27 Constitucional no se aplicará a las propiedades agrícolas de sus conciudadanos y que se protegiera a sus empresas petroleras. De igual manera, que se continuara pagando la deuda que se contrajo anteriormente y que Venustiano Carranza dejó de pagar.
Así lo acordado quedó de la siguiente forma:
Las propiedades agrícolas expropiadas a estadounidenses se pagarían con bonos, si no eran mayores a 1755 hectáreas.
Las propiedades que rebasaran dicha extensión serían pagadas de inmediato y al contado.
Se integraría una comisión que se encargaría de revisar las reclamaciones pendientes a partir de 1868; las reclamaciones originadas por la Revolución se resolverían aparte.
Con relación al petróleo, el art. 27 no era retroactivo para los estadounidenses que habían adquirido sus concesiones antes de 1917, lo que les permitía seguir explotando libremente el hidrocarburo.
La administración obregonista aceptó tales condiciones, e incluso solicitó a la Suprema Corte de Justicia dejarla sin efecto el apartado constitucional en cuanto a la Texas Oil Company.
Si bien, el convenio fue ratificado por los dos países en 1924. Tuvo una corta vigencia, ya que cuando Plutarco Elías Calles llegó a la presidencia, el compromiso de no tocar a las empresas petroleras fue cancelado, puesto que promovió una nueva ley petrolera en 1925, y, dos años más tarde canceló los permisos de estas sociedades que no se apegaran a la ley.
A los postulados mencionados en líneas anteriores, se dice que Obregón añadió una agenda secreta y se obligó de manera personal a ciertas promesas alternas y muy negras consistentes en que Estados Unidos comprometió a México a no desarrollar ningún tipo de maquinaria e incluso a desarrollarse tecnológicamente por cien años.
Estos dichos se han repetido, pero no se han podido sustentar, por lo que contrastados con lo firmado, podemos decir que los Tratados de Bucareli se trata de una leyenda de la historia nacional.
La guerra civil en México prosiguió en la década de 1930, así que la economía era precaria pues había quedado dañada después de las hostilidades, además que la industria era nula. Así la educación científica que es indispensable para el progreso de un país fue relegada. Hasta hoy seguimos sin entender que mientras no se invierta en la formación de científicos seguiremos sin avanzar de acuerdo a nuestro potencial.[3]
Además, los mexicanos seguimos sin responsabilizarnos de nuestro devenir, y pretendemos que otros resuelvan nuestra situación, echando culpas sin conocer realmente lo sucedido.
Por cierto, las indemnizaciones firmadas en los Tratados de Bucareli se terminaron de pagar el 19 de noviembre de 1955.
Erika Adán Morales
Profesora en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
Para saber más:
Serrano Álvarez, Pablo, Los Tratados de Bucareli y la rebelión delahuertista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2012. [https://www.inehrm.gob.mx/work/models/inehrm/Resource/455/1/images/bucareli.pdf]
[1] Juan Pablo Fusi Aizpúrua, “El nacionalismo en el siglo XX” en Circunstancia. Año III, núm. 9, enero 2006.
[2] Arturo González, “Tratado de Bucareli y un mito muy jodido” en Argonur, 9 de abril 2018 [consulta hecha el 1 de febrero de 2025 https://argonur.com/2018/04/09/tratado-de-bucareli-y-un-mito-muy-jodido/]
[3] Filiberto López Díaz, “Los Tratados de Bucareli (3)” en El Universal Querétaro, 9 de febrero de 2022.